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jueves, 18 de febrero de 2010

Realidad


En la evolución del pensamiento filosófico a través de los siglos ha desempeñado un papel decisivo la cuestión siguiente: ¿Qué conocimiento puede proporcionar el pensamiento puro con independencia de la percepción sensorial? ¿Existe tal conocimiento? Si no existe, ¿cuáles con exactitud la relación entre nuestro conocimiento de la materia prima que nos proporcionan las impresiones sensoriales? A estas preguntas y a algunas otras que se vinculan íntimamente con ellas corresponde un caos casi infinito de opiniones filosóficas. Sin embargo, en esta serie de tentativas, por cierto estériles pero heroicas, se advierte una tendencia evolutiva sistemática que se puede definir como un creciente escepticismo respecto a todo intento de descubrir, por medio del pensamiento puro, algo sobre el "mundo objetivo", sobre el mundo de las "cosas" frente al mundo de los meros "conceptos e ideas".

En el comienzo de la filosofía se creía, por lo general, que era posible descubrir todo lo cognoscible mediante la simple reflexión. Resultaba una ilusión fácilmente aceptable si, por un instante, olvidamos lo que hemos aprendido de la filosofía posterior y de las ciencias naturales; no debe sorprendernos que Platón concediese mayor realidad a las "ideas" que a las cosas experimentables en forma empírica, este prejuicio fue la fuerza vital que parece haber representado el papel decisivo. Se podría plantear sin duda también la cuestión de que, sin participar de esta ilusión, sería factible lograr algo realmente grande en el reino del pensamiento filosófico, mas nosotros no pretendemos analizar este problema.

Esta ilusión aristocrática sobre la capacidad ilimitada de penetración del pensamiento tiene como contrapartida la ilusión más plebeya del realismo ingenuo, según la cual las cosas "son" lo que percibimos a través de nuestros sentidos. Esta ilusión domina la vida diaria de hombres y animales. Además resulta el punto de partida de todas las ciencias, sobre todo de las ciencias naturales. Estas dos ilusiones no pueden separarse de manera independiente. La superación del realismo ingenuo a sido relativamente fácil.

Todos partimos del realismo ingenuo, es decir, la doctrina de que las cosas son lo que parecen. Creemos que la hierba es verde, las piedras duras y la nieve fría. Sin embargo, la física nos asegura que el verdor de la hierba, la dureza de las piedras y la frialdad de la nieve no son el verdor, la dureza y el frío que conocemos por nuestra propia experiencia, sino algo muy diferente. El observador, al pensar que está frente a una piedra, observa en realidad si hemos de creer a la física, es decir, a los efectos de la piedra sobre él. La ciencia se presenta pues, en guerra consigo misma: Cuando más objetiva pretende ser, más hundida se ve en la subjetividad, en contra de sus deseos. El realismo ingenuo lleva a la física y la física, si es auténtica, muestra que el realismo ingenuo es falso. En consecuencia, el realismo ingenuo, si es verdadero es falso. Por tanto, es falso.

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