La ética del carácter se basa en la idea fundamental de que hay principios que gobiernan la efectividad humana, leyes naturales de la dimensión humana, que son tan reales, tan constantes y que indiscutiblemente están allí como las leyes de la gravitación universal en la dimensión física.
Los principios son como faros. Son leyes naturales que no se pueden quebrantar, como quien dijera “Nosotros no podemos quebrantar la ley. Solo podemos quebrantarnos a nosotros mismos y en contra de la ley”.
Si bien los individuos pueden considerar sus propias vidas e interacciones como mapas emergentes de sus experiencias y condicionamientos, esos mapas no son el territorio. Son una “realidad subjetiva”, solo un intento de describir el territorio.
La realidad objetiva, esta compuestos por principios que gobiernan el desarrollo y la felicidad humana: leyes naturales entretejidas en la trama de todas las sociedades civilizadas a lo largo de la historia, y que incluyen las raíces de toda una familia e institución que haya perdurado y prosperado. El grado de certeza con que nuestros mapas mentales describen el territorio no altera su existencia.
La realidad de tales principios o leyes naturales se vuelven obvias para todo aquel que examine y piense profundamente acerca de los ciclos de la historia social. Esos principios emergen a la superficie una y otra vez, y el grado en que los miembros de una sociedad los reconocen y viven en armonía con ellos determina que avancen hacia la supervivencia y la estabilidad o hacia la desintegración y la destrucción.
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