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lunes, 3 de mayo de 2010

Las fuerzas para el éxito

Siempre favorece el cielo los buenos deseos.(CERVANTES)
Todas nuestras fuerzas morales existen en nosotros.(TAIMÉ MARTIN)
No basta tener bueno el espíritu: lo principal es aplicarlo bien.(DESCARTES)

Refieren, como cuento, los famosos literatos alemanes Herder und Liebeskind el siguiente, que también pudiera ser narración histórica y que para nuestro propósito nos sirve admirablemente.

Hijo mío, cuentan que decía a un joven Sultán su madre, en vez de hacer apartar de un modo cruel por tus jenízaros al pueblo que se agolpa a tu paso para verte y en lugar de echar a latigazos de la mezquita a los desdichados que elevan sus manos hacia ti, recíbelos benévolamente y escucha sus súplicas con paciencia. Acuérdate que ocupas el trono, no para desatender y martirizar a tu pueblo, sino para regirle con justicia y sabiduría así como para protegerle. No sabes cuándo ni cómo podrá llegar la ocasión en que el pueblo te devuelva el bien que le hagas. El más pequeño e inútil te puede servir quizá más que tú te imagines. Un palpable ejemplo eres tú mismo; ¡tú mismo no tendrías trono ni vida, sino hubiera sido por un ciego!

Uno de tus antecesores estaba paralítico en un castillo no lejos de la capital. Un grande del reino se sublevó contra el monarca y se aproximaba con sus fuerzas al castillo. El miedo era general y se temía un golpe de mano. Todo el mundo huyó pensando escapar de la ira de los sublevados; los propios esclavos del Sultán le abandonaron también. El monarca se encontraba solo e incapaz de valerse, sin poder levantarse de su asiento. Las tropas de los rebeldes rodeaban el castillo y al monarca no le esperaba otro fin que la muerte o la mutilación. En ese apuro se acerco a él un ciego. Señor, le dijo el ciego, aquí vamos a perecer si recíprocamente no nos auxiliamos para salvarnos. Yo soy bastante fuerte para llevaros sobre mis espaldas. Dirigid vos mis pasos gracias a vuestra vista saludable y nos salvaremos por la galería subterránea que desde este castillo conduce a la capital.

El ciego cargó con el paralítico, éste le indicaba a cada paso el camino por el cual debía marchar y así llegaron felizmente a la corte antes de que los sublevados se hubieran apoderado de la fortaleza. La presencia del Sultán entre las tropas leales cambió el orden de los acontecimientos; de todos lados acudieron los leales a ponerse al lado de su Rey, los rebeldes fueron derrotados y el magnate infiel fue hecho prisionero. El ciego quedó siempre en compañía del Sultán y en ocasiones lo dirigió con sus consejos. En esta narración podemos ver nosotros una imagen, del espíritu humano: el paralítico dirigiendo es la inteligencia que guía, el ciego que carga con el monarca y lo salva es la voluntad que ejecuta y, hasta las tropas leales entusiasmadas de ver al Rey entre ellas, son la sensibilidad que se caldea y todo lo anima. El paralítico, el ciego y los soldados leales, unidos esos tres elementos, llevaron a cabo una empresa que, separados, parecía irremisiblemente perdida. Una cosa semejante ocurre con las fuerzas del espíritu humano, y con el cuerpo cuando de llevar a cabo cualquier obra se trata.

Inteligencia sin voluntad, ésta sin aquella, ambas sin el fuego de la pasión y sin un cuerpo fuerte y robusto que obedezca los impulsos de las fuerzas del alma y ejecute; todas nuestras energías, en fin, aisladas, sin aparecer armonizadas y unidas, no lograrían nunca la realización de un propósito. Por el contrario equilibradas y juntas llegan adonde se propongan. Veamos ahora cómo se preparan esas fuerzas para el trabajo y cómo han de trabajar para que el éxito llegue. Ante todo hay que saber que, como dice Kant, el cumplimiento del destino en el hombre es imposible para el individuo abandonado a sí mismo, lo cual supone la preparación de él por medio de la educación. La naturaleza ha puesto en nosotros gérmenes que a nosotros toca desarrollar en proporción a nuestras disposiciones naturales y al destino que hayamos de cumplir como seres sociales y como seres individuales. La naturaleza ha dado a todos los seres aquellas facultades propias para la realización de su destino del cual ninguna criatura carece, mas a tales facultades en el hombre les agregó la propiedad de hacerlas perfectibles, resultando el hombre el único ser susceptible de educación.

Los animales, tan pronto como principian a sentir sus fuerzas, las emplean regularmente, es decir de una manera que no les sean dañosas a sí mismos. Es curioso en efecto, (dice Kant de quien tomamos estas ideas) ver como las jóvenes golondrinas, apenas salidas de su huevo, y todavía ciegas, saben arreglarse do modo a hacer caer sus excrementos fuera de su nido. Los animales no tienen, pues, necesidad de ser cuidados, envueltos, calentados y guiados o protegidos. La mayor parte piden, es verdad, el alimento, pero no cuidados, entendiendo por éstos las precauciones que toman los padres para impedir a sus hijos hacer de sus fuerzas un nocivo uso. Si, por ejemplo, un animal al venir al mundo, gritase como hacen los niños, sería pronto, infaliblemente, la presa de los lobos y otros animales salvajes que acudirían atraídos por sus gritos. El animal es por su instinto lo que puede ser; una razón extraña ha tomado de avance por él todos los cuidados indispensables; mas el hombre tiene necesidad de su propia razón. No hay en él instinto, y es preciso que él se dé a sí mismo su plan de conducta; pero como inmediatamente no es capaz y al mundo aparece en estado salvaje, tiene necesidad del socorro de los otros. Aquí viene ya el auxilio de la educación y de los educadores preparando al individuo para el desarrollo de sus fuerzas y para el acertado uso de las mismas.

Lo primero a que debemos acostumbrarnos, o educarnos, fuera desde luego de atender al cuerpo y a todas nuestras energías físicas, es a someternos desde bien pronto a los preceptos de la razón. La demasiada libertad engendraría rudeza, la excesiva ternura y el dar a los niños todo hecho, les imposibilitaría más tarde para la lucha por la vida donde tantos obstáculos aparecen a cada momento en los negocios del mundo.

El hombre con sus fuerzas corporales y anímicas no es, sin embargo, más que lo que la educación haga de él. Será un pusilánime o un valiente, un generoso o un egoísta, un inteligente o un necio. Cuando el hombre es viejo, ni tiene un adarme de juicio, es cuando piensa lo que es y lo que pudiera haber sido dado caso que no se le educase del modo más apropiado para sacar partido de sus fuerzas. Por eso la humanidad, que cada día va sabiendo más, comprende que en la educación está el gran secreto de la perfección de la naturaleza humana y por consiguiente del progreso y del bienestar de las sociedades. Inteligencia, sentimientos, pasiones, voluntad existen en todas las personas, pero hay inmensa diferencia entre cómo se sirven de esas energías y cómo las hacen valer los hombres según se les haya educado. Y como el problema educativo se va viendo ya bastante claro, hay que esperar que contribuya más eficazmente, cada día que pase a la felicidad de la especie humana.

Más, dentro de la solución general y común del problema educativo con arreglo a la identidad de naturaleza en todos los hombres, se ofrecen soluciones parciales, tantas como personas, según las disposiciones particulares de cada individuo y según también el ideal que cada cual se haya propuesto, factores que la educación no puede desatender. Además, aún dentro de la solución general del problema educativo hay que observar la marcha de los tiempos y preparar a la humanidad para un futuro siempre mejor al presente, cumpliendo en eso también la ley del progreso, por lo cual siendo las fuerzas del individuo, siempre las mismas, ha de imprimírseles dirección variada.

«Quien tiene amor a su pueblo, no dirige su vista únicamente al pasado para seguir el destino de los que le precedieron; no se asoma tampoco sólo al presente para observar las aspiraciones de la sociedad actual, sino que mira ante todo al porvenir que se nos presenta delante con su impenetrable oscuridad.»

En lo intelectual como en lo moral caben progresos y hay que mirar a que nuestras fuerzas contribuyan a aumentarlos, poco o mucho, pero aumentarlos con arreglo a lo que cada uno pueda, y al futuro que se prevé y se desea. Es ley de la naturaleza humana el que estemos constantemente pensando, proyectando, anhelando, aspirando a desenvolvernos en una actividad insaciable. ¿A cuánto no podría llegar toda persona que en vez de gastar fuerzas para oponerse a tales anhelos, siguiese los espontáneos impulsos de su naturaleza y los favoreciese? ¡Cuántos no llegan porque hacen lo que pueden para no llegar!

Recapacitando sobre las diversas fuerzas que en el individuo colaboran a la realización de toda obra personal hallamos que alma y cuerpo se hallan en una acción. y reacción constante, siendo la salud del segundo base y elemento imprescindible para cualquier determinación del espíritu. Admitida y supuesta, por tanto, la colaboración del cuerpo en las condiciones más favorables de salud y robustez, veamos hasta dónde pueden llegar, para toda obra humana, las fuerzas de las facultades anímicas.

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